domingo, febrero 12, 2006

El fin justifica los medios

... O EL FINAL DE LOS MEDIOS.

Dicen que el fin justifica los medios y últimamente me he preguntado qué razón puede justificar que en un país con más de 97 millones de habitantes, de acuerdo con el censo del INEGI del 2000, haya más de 150 periódicos.
México tiene un bajo índices de lectores de apenas 16 por ciento, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Prácticas y Consumo Culturales dada a conocer por Conaculta en mayo pasado. Sin embargo en todo el país existen cerca de 400 empresas editoras.
En este caso, si el fin justifica a los medios informativos, ¿a qué se debe que cada día haya más publicaciones y cada vez menos lectores? ¿Será que los medios han dejado de cumplir el fin para el que fueron creados y que perdieron el contacto con el público?
Puede que sea un lugar común decir que el periodista tiene el poder de darle un nombre a lo que ya existe, sin embargo algunas veces es muy claro y evidente que nuestra fortaleza termina cuando nos convertimos en el árbol mítico que se derrumba en medio del bosque sin que nadie lo escuche, simplemente porque hemos perdido credibilidad.
Se ha terminado en buena medida lo que llamábamos: "la influencia que tienen los medios", porque sólo hemos podido llegar a unos pocos –los informados, decimos, los que toman las decisiones-, y hemos olvidado el fin para el que fuimos creados.
Los reporteros padecemos la enfermedad del narcisismo, que nos lleva a creernos propietarios de la verdad absoluta y nos erigimos en jueces, por lo mismo muchas veces también en parte de la noticia.
Calificamos y descalificamos hechos, personas y afirmaciones simplemente por el poder que nos da el ser los dueños de la pluma, aunque sea sólo por unos minutos.
Incluso hemos acostumbrado a nuestro lectores a que se interesen en lo más perecedero de la información: el chisme, la nota curiosa, ofensiva y escandalosa, la que dice, pero no prueba y todo porque no hemos logrado llevar a la gente más allá de donde nosotros no hemos estado dispuesto a ir, que es al fondo de las cosas.
¿Cuántas versiones podemos encontrar en los medios que sólo están encaminadas a asustar, más que a prevenir riesgos y cuántas crisis se han profetizado en las primeras planas de los diarios y en los noticieros?
Los reporteros ejercemos, cada vez de forma más recurrente, el ejercicio de profeta, en lugar de optar por el oficio de la investigación.
Cierto que los periodistas nos enfrentamos a la contradicción del exceso de la información, empero hay que reconocer que tampoco hemos sabido evolucionar a la par que lo han hecho las fabulosas herramientas que ahora tenemos para transmitir la información, como los teléfonos celulares y el Internet.
Abusamos de la entrevista telefónica y de la llamada banquetera; privilegiamos a las fuentes oficiales frente al ciudadano común u organismos independientes para equilibrar la información; utilizamos las expresiones trilladas y recurrimos a los mismos temas cada cierto tiempo porque sabemos que son los que “venden”.
Incluso los periódicos más prestigiados del mundo caen en estas condicionantes, dice el investigador José Carlos Lozano Rendon[1], quien documenta que de acuerdo con un estudio de la consultora Sigal, sobre la información publicada por The New York Times y The Washington Post, el 58 por ciento del total de noticias se recopilan a través de los canales habituales, como son comunicados de prensa, procedimientos oficiales y eventos no espontáneos (conferencias).
Sin ir más lejos, el investigador relata el caso del periódico El Norte (hermano mayor de Reforma) que en una de las notas más controversiales que ha publicado: una manifestación cívica en una población fronteriza que concluyo con la quema de un puente internacional, se había apoyado mayoritariamente en fuentes oficiales para su documentación.
Ambas son una muestra de que los medios, particularmente la prensa, han olvidado que la gente también tiene derecho a decir lo que piensa, simple y llanamente porque no nos sostenemos únicamente ( y en este sexenio menos que antes) de la publicidad de Gobierno.
El mercantilismo editorial nos ha llevado a convertirnos en una pobre copia de la realidad, porque no hemos podido comunicar al lector que estamos de su parte.
En algún lugar leí que el periodismo consiste en el arte de comprar papel en un peso y ponerle algunas letras para venderlo en dos.
A pesar de lo sencillo de la fórmula, no vemos empresarios ansiosos de querer comprar un medio de información (si no me creen pregúntenle a Excélsior), porque la mayor parte de ellos han dejado de ser un buen negocio, porque perdieron en algún momento el fin para el que fueron creados.
El fenómeno de los weblogs, que son diarios en línea escritos por gente común, es una muestra de que no se necesitan demasiados recursos para llegar a la gente, por lo menos no a los jóvenes, entre quienes han tenido tanto éxito las páginas personales en Internet.
En este sentido, no se puede dejar de tomar en cuenta que al cierre de este año, en el país habrá 17.1 millones de cibernautas, 18 por ciento de la población total, según una investigación de Asociación Mexicana de Internet, elaborada conjuntamente con el INEGI y la consultora Select.
El asunto es que mediante esta especie de diarios que se publican en línea sin fines de lucro -todavía-, personajes comunes o escritores tan relevantes como el mexicano Gustavo Sáinz, el cineasta estadounidense Michael Moore o el periodista y novelista argentino Hernán Casciari, informan en sus blogs lo que piensan que a los lectores les interesaría saber.
El éxito naciente de este tipo de medios de comunicación tal vez se deba precisamente a que cumplen con una necesidad natural e inherente de todos los seres humanos, la de comunicarnos, pero no sólo eso, sino que además van más allá al convertirse en verdaderos canales de diálogo con los lectores.
En este sentido, el investigador Carlos Gómez Palacio y Campos[2], autor de Comunicación y Educación en la Era Digital, Retos y Oportunidades, menciona que cuándo se le pregunta a la gente por qué ciertas personas gustan de leer los periódicos y escuchar noticias, las respuestas en términos generales fueron fundamentalmente por entretenimiento e información.
Si en política la forma es fondo, creo que se puede afirmar que en el periodismo el fin siempre justificará a los medios y, finalmente, no hay nada que justifique mejor una voz, una palabra y una imagen que una persona que se interese por leer, escuchar o mirar.
Lo que necesita ser demostrado para ser creído no vale gran cosa, afirmaba Federico Nietzsche[3], y es un hecho tangible que los medios han perdido su razón de ser, los lectores.

¿Debemos cambiar? ¿Hacia dónde?











[1] Teoría de la Investigación de la Comunicación e Investigación de Masas. José Carlos Lozano Rendón. Alambra. 1996.
[2] Comunicación y Educación en la Era Digital, Retos y oportunidades. Carlos Gómez Palacio y Campos. Diana. 1998.
[3] El crepúsculo de los ídolos. Federico Nietzsche. Editores Mexicanos Unidos. 1996.